Una amiga y yo nos escapamos el fin de semana de Bogotá y nos fuimos para Medellín. Ya en el aeropuerto, como era un día muy importante en nuestro país: Thanksgiving, empezamos a cambiar nuestra forma de comer de la normal.
Subimos las escaleras a la plazoleta de comidas y miramos todas las opciones que había allá. Además que el McDonalds que es requisito en cualquier plazoleta así en cualquier parte del mundo, había varias restaurantes con comidas ''normales''colombianas, una cafetería, y una pizzería. Al final decidimos bajar al primer nivel (abajo de un Crepes & Waffles, lugar muy bueno y muy popular en muchas partes del país) a un Kokoriko que nos parecía más elegante que lo normal.
Como no había ningún plato con pavo en la carta, pedimos unos sandwiches de pollo (y yo una cerveza roja) y así pasamos el Thanksgiving.
Al llegar a Medellín fuimos en carro con un señor muy amigable que nos mostró varios lugares para comer la comida típica antioqueña, y un restaurante supuestamente auténtico chino.
Desayunamos un omelette gratuito en el hostal (tomate, cebolla, pimentón, jamón, queso) y salimos para el parque natural Arvi. Nos perdimos buscando el metro, y un señor mayor nos ayudó a ubicarnos. Encontramos hipopótamos y caimanes en el parque el Poblado y decidí que quería un guarapo. El guarapo de Antioquia no es lo mismo que el guarapo de Cundinamarca. Es jugo de caña fresco con jugo de limón, nada de fermentación. La chica en la tienda me dijo que todavía no había. Pasamos a una Cosechas, tienda de jugos que tenemos también en Bogotá, a tomar un jugo - yo de verduras y ella de frutas.
Entramos en el metro, seguimos hasta el metrocable en Acevedo; subimos a Santo Domingo Sabio y cambiamos de línea para seguir hasta el parque. Allá además que mariposas y senderos en el bosque encontramos un jugo de agraz (o arándano, o blueberry) y un sabajón natural: brandy, leche, huevo, miel de abeja, y varios sabores. Compartimos una botella pequeña de sabajón sabor a café. Sin embargo, al llegar a una tiendita de productos de champiñones tuve que probar una cerveza de shiitake hecha allá en el mismo pueblito (igual que el jugo y el aperitivo) y Laura compró una torta de chócolo (que aquí en Bogotá se llama choclo no más). Llevaba queso adentro y era frita como un buñuelo. Le gustó.
Bajamos hasta la ciudad y llegamos en el metro hasta la parada más cercana al Pueblito Paisa, en el Cerro Nutibarra. Subimos el cerro a pie, y cuando por fin llegamos -cansadas del desafío de las escaleras- pasamos por el pueblito, que es muy bonito y donde venden muchos productos de café además que helados, granizados, jugos naturales, obleas, y chicharrones. En la zona de comidas encontramos un lugar que supuestamente vendía pizzas y panzerotti. La empleada nos contó que había panzerotti de pollo, de champiñón, hawaiano, o ranchera. La amiga y yo dijimos que queríamos dos de champiñón, y la señora entonces pregunto a la persona que estaba en la cocina sobre los champiñones. No había. Entonces Laura quiso un hawaiano y yo pregunté por el ranchero: se supone que era de salchicha (chorizo o longaniza, me imaginé) y de queso.
Llegaron los panzerotti y resultó que el de Laura tenía jamón y mantequilla y el mío era de perrito caliente y un poquito de queso. Yo tomé una limonada y Laura un jugo de fresa. Quedamos decepcionadas con los rellenos que recibimos.
Bajamos de nuevo a la ciudad y fuimos a nuestro hostal, a descansar y a ducharnos, y yo a tomarme una cerveza de allá, una American Pale Ale de una cervecería artesanal llamada 3 Cordilleras. Estuvo bien rica, bien amarga.
Salimos a cenar con otra amiga, comida hindú que hace un amigo del primo de la amiga (si se entiende ese enredo de personas) que era muy picante, a diferencia de toda la comida típica de Antioquia.
De ser totalmente honesta nunca nos comimos ninguna bandeja paisa, aunque todos nos la recomendaban. Ese plato tradicional es enorme y lleva chorizo, morcilla, chicharrón, carne molida, frijol arroz, papa, yuca, y aguacate. Me parece muchísima carne y Laura dijo que era una combinación rara de cosas que le gustarían a solas pero que juntas les parecía demasiado y no les apetecía. A mi tampoco.
Al otro día desayunamos de nuevo allá en el hostal (hoy con jugo hit además que el café) y salimos a una caminata por toda la ciudad. Por fin tomé un guarapo y al final nos fuimos a buscar comida como después de caminar más que cuatro horas casi sin parar teníamos las piernas cansadas y muchas ganas de comer. Entramos en un local típico de pollos y pedimos dos chuzos de pollo con papas y ensalada, arepita y gaseosa que estaban en promoción, y después de 15 minutos que nos parecían 2 horas llegaron dos hamburguesas. No lo aceptamos ni un segundo, y protestamos tanto que la chica se sorprendió. Pasado otros veinte minutos llegaron los chuzos, con pollo grasoso y bien rico, salsa bbq y una salsa supuestamente rosada pero raramente anaranjada para las papas fritas.
Salimos con las barrigas llenas. Pero ya sabíamos que siempre hay espacio en el estómago para una paleta. Y algo que me encanta de Colombia es que se considere normal que un adulto ande comiendo una paleta (es igual con los Bon Bon Búm), actividad reservada en nuestro país exclusivamente para niños menores de 10 años de edad. Y las paletas que elegimos eran perfectas: la mía de limonada de coco y la de Laura de arequipe.
Aún después de descansar un ratito, decidimos que necesitábamos un café antes de reunirnos con dos amigos de Bogotá para asistir el ritual de comienzo de la fiesta de las luces de navidad. Entramos en un lugar que hubiera podido encontrarse en cualquier parte de Estados Unidos, donde incluso venden los bagels que tanto extrañamos y los empleados hablan inglés. Tomamos un latte y nos fuimos.
Con los amigos comimos una pizza que nos pareció mejor que las en Bogotá, hecha en horno de leña y con buena masa. Tomamos Pilsen, la cerveza Paisa- a mí me gusta más que las cervezas típicas de Bogotá. Kevin dice que es como una Águila con más sabor.
Y después de tomar bastante Pilsen Laura y yo nos fuimos para el hostal, pero no sin parar en un lugar para comprar unas papas fritas con mil salsas, para compartir.
Al otro día después de los huevos revueltos del hostal volvemos a la cafetería a tomar un frapuccino , bebida muy popular en nuestro país y como nos dimos cuenta después, muy dulce.
Y muy muy dulce para empezar un día de tomar pura cerveza (más de nuestra preferida Pilsen). Festejamos todo el día en una finca en Guatapé, con un almuerzo súper rico de pollo a la plancha, ensalada, papas fritas, y macarrones.
Pero después de tomar tanto quedamos con hambre y encontramos - por suerte, un domingo ya casi a la medianoche- unas porciones de pizza hawaiana, igual que la bogotana.
Al día final empezamos de nuevo con huevos revueltos y cereales, pero desayunamos de nuevo con otro frapuccino y un bagel compartido - no fue como los bagels que dejamos en Estados Unidos, con textura más parecida a la del pan normal. Lo último que comimos en Medellin fue un pastel de queso (casi no se encuentran pasteles así en Bogotá) en el aeropuerto.
Subimos las escaleras a la plazoleta de comidas y miramos todas las opciones que había allá. Además que el McDonalds que es requisito en cualquier plazoleta así en cualquier parte del mundo, había varias restaurantes con comidas ''normales''colombianas, una cafetería, y una pizzería. Al final decidimos bajar al primer nivel (abajo de un Crepes & Waffles, lugar muy bueno y muy popular en muchas partes del país) a un Kokoriko que nos parecía más elegante que lo normal.
Como no había ningún plato con pavo en la carta, pedimos unos sandwiches de pollo (y yo una cerveza roja) y así pasamos el Thanksgiving.
Al llegar a Medellín fuimos en carro con un señor muy amigable que nos mostró varios lugares para comer la comida típica antioqueña, y un restaurante supuestamente auténtico chino.
Desayunamos un omelette gratuito en el hostal (tomate, cebolla, pimentón, jamón, queso) y salimos para el parque natural Arvi. Nos perdimos buscando el metro, y un señor mayor nos ayudó a ubicarnos. Encontramos hipopótamos y caimanes en el parque el Poblado y decidí que quería un guarapo. El guarapo de Antioquia no es lo mismo que el guarapo de Cundinamarca. Es jugo de caña fresco con jugo de limón, nada de fermentación. La chica en la tienda me dijo que todavía no había. Pasamos a una Cosechas, tienda de jugos que tenemos también en Bogotá, a tomar un jugo - yo de verduras y ella de frutas.
Entramos en el metro, seguimos hasta el metrocable en Acevedo; subimos a Santo Domingo Sabio y cambiamos de línea para seguir hasta el parque. Allá además que mariposas y senderos en el bosque encontramos un jugo de agraz (o arándano, o blueberry) y un sabajón natural: brandy, leche, huevo, miel de abeja, y varios sabores. Compartimos una botella pequeña de sabajón sabor a café. Sin embargo, al llegar a una tiendita de productos de champiñones tuve que probar una cerveza de shiitake hecha allá en el mismo pueblito (igual que el jugo y el aperitivo) y Laura compró una torta de chócolo (que aquí en Bogotá se llama choclo no más). Llevaba queso adentro y era frita como un buñuelo. Le gustó.
Bajamos hasta la ciudad y llegamos en el metro hasta la parada más cercana al Pueblito Paisa, en el Cerro Nutibarra. Subimos el cerro a pie, y cuando por fin llegamos -cansadas del desafío de las escaleras- pasamos por el pueblito, que es muy bonito y donde venden muchos productos de café además que helados, granizados, jugos naturales, obleas, y chicharrones. En la zona de comidas encontramos un lugar que supuestamente vendía pizzas y panzerotti. La empleada nos contó que había panzerotti de pollo, de champiñón, hawaiano, o ranchera. La amiga y yo dijimos que queríamos dos de champiñón, y la señora entonces pregunto a la persona que estaba en la cocina sobre los champiñones. No había. Entonces Laura quiso un hawaiano y yo pregunté por el ranchero: se supone que era de salchicha (chorizo o longaniza, me imaginé) y de queso.
Llegaron los panzerotti y resultó que el de Laura tenía jamón y mantequilla y el mío era de perrito caliente y un poquito de queso. Yo tomé una limonada y Laura un jugo de fresa. Quedamos decepcionadas con los rellenos que recibimos.
Bajamos de nuevo a la ciudad y fuimos a nuestro hostal, a descansar y a ducharnos, y yo a tomarme una cerveza de allá, una American Pale Ale de una cervecería artesanal llamada 3 Cordilleras. Estuvo bien rica, bien amarga.
Salimos a cenar con otra amiga, comida hindú que hace un amigo del primo de la amiga (si se entiende ese enredo de personas) que era muy picante, a diferencia de toda la comida típica de Antioquia.
De ser totalmente honesta nunca nos comimos ninguna bandeja paisa, aunque todos nos la recomendaban. Ese plato tradicional es enorme y lleva chorizo, morcilla, chicharrón, carne molida, frijol arroz, papa, yuca, y aguacate. Me parece muchísima carne y Laura dijo que era una combinación rara de cosas que le gustarían a solas pero que juntas les parecía demasiado y no les apetecía. A mi tampoco.
Al otro día desayunamos de nuevo allá en el hostal (hoy con jugo hit además que el café) y salimos a una caminata por toda la ciudad. Por fin tomé un guarapo y al final nos fuimos a buscar comida como después de caminar más que cuatro horas casi sin parar teníamos las piernas cansadas y muchas ganas de comer. Entramos en un local típico de pollos y pedimos dos chuzos de pollo con papas y ensalada, arepita y gaseosa que estaban en promoción, y después de 15 minutos que nos parecían 2 horas llegaron dos hamburguesas. No lo aceptamos ni un segundo, y protestamos tanto que la chica se sorprendió. Pasado otros veinte minutos llegaron los chuzos, con pollo grasoso y bien rico, salsa bbq y una salsa supuestamente rosada pero raramente anaranjada para las papas fritas.
Salimos con las barrigas llenas. Pero ya sabíamos que siempre hay espacio en el estómago para una paleta. Y algo que me encanta de Colombia es que se considere normal que un adulto ande comiendo una paleta (es igual con los Bon Bon Búm), actividad reservada en nuestro país exclusivamente para niños menores de 10 años de edad. Y las paletas que elegimos eran perfectas: la mía de limonada de coco y la de Laura de arequipe.
Aún después de descansar un ratito, decidimos que necesitábamos un café antes de reunirnos con dos amigos de Bogotá para asistir el ritual de comienzo de la fiesta de las luces de navidad. Entramos en un lugar que hubiera podido encontrarse en cualquier parte de Estados Unidos, donde incluso venden los bagels que tanto extrañamos y los empleados hablan inglés. Tomamos un latte y nos fuimos.
Con los amigos comimos una pizza que nos pareció mejor que las en Bogotá, hecha en horno de leña y con buena masa. Tomamos Pilsen, la cerveza Paisa- a mí me gusta más que las cervezas típicas de Bogotá. Kevin dice que es como una Águila con más sabor.
Y después de tomar bastante Pilsen Laura y yo nos fuimos para el hostal, pero no sin parar en un lugar para comprar unas papas fritas con mil salsas, para compartir.
Al otro día después de los huevos revueltos del hostal volvemos a la cafetería a tomar un frapuccino , bebida muy popular en nuestro país y como nos dimos cuenta después, muy dulce.
Y muy muy dulce para empezar un día de tomar pura cerveza (más de nuestra preferida Pilsen). Festejamos todo el día en una finca en Guatapé, con un almuerzo súper rico de pollo a la plancha, ensalada, papas fritas, y macarrones.
Pero después de tomar tanto quedamos con hambre y encontramos - por suerte, un domingo ya casi a la medianoche- unas porciones de pizza hawaiana, igual que la bogotana.
Al día final empezamos de nuevo con huevos revueltos y cereales, pero desayunamos de nuevo con otro frapuccino y un bagel compartido - no fue como los bagels que dejamos en Estados Unidos, con textura más parecida a la del pan normal. Lo último que comimos en Medellin fue un pastel de queso (casi no se encuentran pasteles así en Bogotá) en el aeropuerto.