Hace unas semanas, fui a una vereda cerca a Choachí, en las afueras de Bogotá, llamada Aguadulce. Allá tuve una experiencia gastronómica totalmente distinta a la que he estado viviendo aquí en Bogotá.
En el café y en el chocolate tomamos la leche más fresca que he probado en mi vida, leche del mismo día de las vacas de la familia campesina con la que me estaba alojando. La mayoría de lo que comimos consistió en arroz, papa, y huevos.
La papa es lo que más se cultiva allí, pero ahora la cantidad de papa que se cultiva se está disminuyendo porque los precios que ganan los que cultivan papas han bajado mientras los gastos de sembrar son altos. Los huevos que comimos eran de las gallinas de la familia también. A la inmensa altura donde se encuentra esta vereda no se puede cultivar ni frutas ni verduras. Los que pueden comen carne, de res o de cerdo.
Un amigo campesino y yo bajamos al pueblo de Choachí en su moto. Pedimos un pollo asado para almorzar. Vino acompañado de arepitas y de las papas que se cultivan allá. Por el tamaño del ave, lo mataron a los 40 días de edad, me contó mi amigo. Lo comimos con las manos, lo que es normal allà. Vi en el menú una sopa que no habìa visto nunca antes y el amigo me cuenta que se hace con los intestinos del pollo y que es rica.
Fuimos con toda su familia a un evento hecho por un polìtico y probè por primera vez la lechona. Tambièn nos dieron cerveza, chicha, y aguardiente sin fin. La ùnica cerveza que hay es Poker.
La gente de aguadulce tiene mucho orgullo de su agua pura. Vienen turistas que preguntan cuanto vale la botella de agua de los grifos de las casas, y se la dan gratis. Hacen un licor artesanal a base de la chicha, vino negro, y uvas pasas. A mi me pareció mucho más rico que el aguardiente. Este licor se puede comprar aquì en las tienditas, donde tambièn venden muchos productos de cerdo, pero no se puede comprarlo en la ciudad porque no es legal.
En el desayuno comimos todos los dìas un cafè con mucha de esa leche fresca, mucho arroz, y un huevo frito o unos pancitos dulces traìdos de la ciudad, donde una hija de la mujer de la familia con la que me estaba alojando tiene na panaderìa con su esposo. En el almuerzo: màs arroz, o sopa con papas y pasta y ahuyama rallada -rallada asì porque al hijo mayor no le gusta la ahuyama. Confirma mientras cocina lo que me dijo Jorge: que a los jóvenes no les gustan las sopas.
A mì me da siempre mucho màs comida que lo que quiero comer. Creo que es porque asì muestra amor y bondad y generosidad. Ha trabajado como cocinera para alimentar a obreros y trabaja duro. Cocina todo en un fuego de leña y ella misma cosecha toda esa leña del bosque.
Voy con ella a cuidar a las vacas y a traer una cuajada (de la que por supuesto me diò de probar, ademàs que unas galletas para que no me cansara en la caminata de cuatro horas) a la tienda abajo.Usa veneno en las matas de las moras porque quiere que las vacas tengan buen pasto para comer. Cuando crecen las vaquitas no hay tanta leche. Esto tiene sentido pero nunca se me habìa occurrido, por la industria lechera que tenemos en mi paìs.
Tuvimos una conversaciòn de varias horas sobre la comida saludable, la diferencia entre los huevos y la carne y la leche que uno encuentra en la ciudad y los del campo. Me cuenta que la gente viene de la ciudad para comprar las gallinas que crìan allì y que pagan mucho por ellas. Ella no come pollo en la ciudad porque le sabe mal. Igual come las galletas de paquete. La comida es fuerza. Nos quiere alimentar a todas horas.